lunes, 9 de junio de 2008

D. Francisco Sarmiento y el momento heroico de un puñado de españoles

Algunos piensan que la vida es el valor supremo, particularmente, pienso que no, por que la vida se acaba y por ello no puede ser un absoluto. Por ello, me emociona el episodio que a continuación se relata


En 1538, el Emperador se hallaba decidido a dar plantar cara al turco, poniéndose él mismo al frente de la expedición que había de conquistar Constantinopla.

De este modo y como preparación de lo que se proyectaba, se llevó a cabo una penetración en la costa dálmata con ocupación del punto fuerte de Castelnuovo, donde quedaría como guarnición un tercio viejo al mando de D. Francisco Sarmiento. Daba inicio una de las gestas más singulares del ejército español en todo el Quinientos.

Fue en ese lugar donde un puñado de los en
tonces llamados soldados viejos, aguantó en el verano de 1539 la acometida de todo un ejército acaudillado por Barbarroja, el temible almirante de la flota turca. Apenas 4.000 hombres frente al ejército turco, no inferior a 50.000 hombres, asistidos por toda la flota otomana. Y eso un día tras otro, librando encarnizados combates a lo largo de 15 jornadas; combates en los que perecieron casi todos los hombres, luchando “espalda contra espalda” –según se lee en las crónicas de la época- para mejor rechazar los asaltos que les venían por todas partes.

El 15 de julio de 1539 se presentó ante Castelnuovo el almirante Barbarroja con una formidable armada de 220 naves , transportando 20.000 soldados, de los cuales 5.000 eran genízaros; esto es, solo la temible fuerza de choque turca era más numerosa que toda la guarnición española. Al encuentro de Barbarroja llegaban además por tierra 30.000 soldados más. En otras palabras, se cerraba el cerco por mar y por tierra.

En un principio Barbarroja se tomó el asedio con calma, plantando su artillería, que la tenía y muy poderosa y en la que confiaba para doblegar fácilmente a los españoles. El 23 de julio, considerando ya ultimada la fase inicial, mandó un ultimátum a D. Francisco Sarmiento para que se rindiera con los suyos entregando la plaza; un ultimátum con honrosas condiciones: se le facilitaría el paso a Italia con todos sus hombres, y a banderas desplegadas, amén de la golosina de 20 ducados por cada soldado, el equivalente a ocho meses de paga. Solo se exigía que abandonase la artillería y las municiones.

Es en ese momento cuando el relato de dos cabos del capitán Vizcaíno, unos de los pocos supervivientes de la matanza, alcanza su máximo interés. D. Francisco Sarmiento consideró que debía transmitir a sus hombres las honrosas propuestas de Barbarroja:

“El Maestre de Campo comunicó a los capitanes, y estos a los oficiales, Y RESOLVIERON QUE QUERÍAN MORIR EN SERVICIO DE DIOS Y DE SU MAJESTAD, Y QUE VINIESEN CUANDO QUISIESEN”

Así de sencillo. Ante la lucha desesperada, sabiendo que no pueden contar con socorro alguno, aquel grupo de españoles prefieren mantener el puesto que se les había confiado. Se les ofrece la vida, y aún en condiciones que a otros podrían parecer honorables. Por otra parte, saben bien que la alternativa supone la muerte y sin embargo, añaden la increíble invitación:

“...Y QUE VINIESEN CUANDO QUISIESEN”

No tuvo más remedio Barbarroja que lanzar sus hombres al asalto.
Los turcos habían osado simultanear el fuego artillero con el asalto, con lo cual su propia artillería había matado a no pocos de los suyos, de modo que tras siete días deciden cambiar de táctica. Durante toda la primera semana de agosto, Barbarroja volcó todo su poder artillero sobre el castillo de la plaza, hasta no dejar piedra sobre piedra:

“...dejándolo tan llano que podrían entrar a caballo...”

Pero aquellos valientes siguieron defendiendo la plaza y los restos que quedaban del Castillo; apenas 500 soldados, contra los miles que se les venían encima. Aún seguían animándolos el maestre de campo D. Francisco Sarmiento y los capitanes Juan Vizcaíno, Luis de Haro y Machín de Monguía. Ya no quedaba sino morir, las espaldas contra las espaldas.

Apenas sí hubo supervivientes. Tres o cuatro docenas, malheridos, cayeron cautivos como esclavos y como tales fueron llevados a Constantinopla.

¿Fue inútil la gesta de Castelnuovo? No lo creyeron así los contemporáneos. Ante Castelnuovo desgastó Barbarroja su poderío cuando ya alardeaba de poner el trono de Solimán sobre Roma. Pero sobre todo enseñó a Europa entera hasta donde podía llegar España por defender a la Cristiandad.

El emperador celebró conmovido el heroísmo de aquel puñado de españoles que murieron defendiendo una idea: la Europa cristiana.

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