
Para S. Agustín, profundo conocedor del corazón del hombre, la paz interior es inherente al orden logrado según el ser al que el hombre es convocado.
"El cuerpo por su peso tiende a su lugar. El peso no solo impulsa hacia abajo, sino al lugar de cada cosa. Cada uno es movido por su peso y tiende a su lugar. El aceite, echado debajo del agua, se coloca sobre ella; el agua derramada encima del aceite se sumerge bajo el aceite, ambos obran conforme a sus pesos, y cada cual tiende a su lugar. Las cosas menos ordenadas se hallan inquietas: ordénanse y descansan.
Mi peso es mi amor, en tu Don descansamos: allí te gozamos. Nuestro descanso es nuestro lugar. El amor nos levanta allí y tu Espíritu bueno exalta nuestra humildad de las puertas de la muerte.
Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti"
San Agustín: Las confesiones.
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